viernes, 22 de noviembre de 2013

La intuición

Leo algún blog que me inspira y recuerdo a quien nos recordaba que "la intuición es la inteligencia demasiado veloz". No la tuvimos en cuenta hasta hacernos mayores. Curioso.

Hablo sin parar con mi amiga y después lo lamento. No es un monólogo pero casi. Recuerdo a Chema, otro sin palabras (conozco unos cuantos) que me repetía una y otra vez:  cuando se habla mucho se acaba por decir cosas que no se quieren decir. También ocurre cuando se habla poco.Es algo que he descubierto hace no tanto.

Mi amiga está muy entera aunque lleve escrito en la cara el estrés y cierto dolor que no saca a relucir conmigo pero sé que está ahí. Es un proceso natural.

En la calle, a las ocho de la mañana de un día de frío, dos personas se encuentran y hablan de como anda todo el mundo. Lo susurran, como si en lugar de ser una consecuencia del precio que nos están haciendo pagar por sus desmanes, fuese responsabilidad nuestra.  A mí como a S. me duelen  las cosas que les pasan a los demás. Somos empáticos e intuitivos. No sé si es buena o mala mezcla.

No le conozco personalmente pero el diario de su enfermedad me ha tocado. La salud es lo único importante, tiene razón Marta, éso se sabe cuando se pierde. No pienso que el relato de su proceso de recuperación sea exhibicionista. Está claro que le ayuda. Éso es lo único importante.

Entiendo que la gente quiera olvidarse de sus problemas y que éste sea un país de graciosos, como dice C., y que quien alberga penas tenga la tentación de ocultarlas,  pero sé que tragarse las cosas que le hacen daño es un viaje peligroso para el sujeto que lo emprende.

 Puede que socialmente no esté bien visto en un país al  que le gusta reírse. A mí también. Mi objetivo número uno es  no amargarme la vida. Aunque confieso que comienzo a  hartarme de cierta gente que  pretende tener gracia en los medios de comunicación. No todo el mundo vale para éso. Un soso intentando ser gracioso es patético.

Alguna  gente que conozco, más de la que me gustaría,  lo pasa mal. No se regodean. Algunos se ríen de su mala suerte o de su desgracia, según se mire. No huyo de gente así. Son amigos o gente que quiero. A veces me afecta. Aunque yo no pueda quejarme, sería egoísta, no quiero mantenerme al margen. Algunos se refugian en el silencio pero la gravedad de sus gestos lo dice todo. Casi todos somos más transparentes de lo que pensamos.

Me paso el día buscando chorradas para reírme y hacer reír. Y se las envío. Y les presto oídos, y les acompaño.

Y me digo que sí, que hay que pasar página, y ser fuertes, y luchar, y no dejarse vencer pero hay ciertos acontecimientos que llegan a la vida de cualquiera, sin buscarlos, y si toca penar, pues habrá que aceptarlo y asumirlo, digo yo. Sin dejarse arrastrar pero viviendo lo que toca.

No sé, esta noche me ha dado por reflexionar sobre las actitudes tan poco saludables que se nos han inculcado y de las que cuesta tanto liberarse.

En mi caso me aplico el consejo que le dió John Huston a su propia hija en su lecho de muerte, según palabras de la propia Angélica:  "Fíate de tu  intuición".





viernes, 15 de noviembre de 2013

Contando las horas

Directa relación entre sus movimientos y mi imaginación calenturienta. Me susurra algo inaudible y reconstruyo lo que no he conseguido descifrar a algo que me agradaría oír.

En una esquina de un bar emborrono una libreta. Hago que pinto aunque nunca he sabido dibujar y pongo la oreja, uno de mis vicios secretos. Hablan de su viaje a la ciudad con la que ahora me reencuentro. La que fue mía. Fantasean sobre un improbable viaje a Nueva York y al MOMA. Dirán que han estado allí. "Para mentir bien hay que documentarse".

Vuelvo a mi rincón. Dos mujeres muy jóvenes destripan sus afectos y racionalizan al máximo,  sus relaciones actuales. No sale la palabra amor, ni cariño, pero sí sale cazar, atrapar y un sinfín de posesivos; inapropiados desde mi punto de vista.

Mi runrún, inaudible en medio de la rutina, se hace dueño de mí en un fin de semana de asueto y regreso enfadada. Conmigo misma. No lo pretendía pero he tenido un inside y las conclusiones son demoledoras.

Mis reencuentros funcionan. Mis amigos guardan. No cuentan mucho de lo que les sucede, aunque gestos mínimos les delaten.

En un momento concreto,  es la mujer de uno de ellos la que saca a relucir el motivo de aflicción, con espontaneidad y sin aspavientos.

Intuyo sufrimiento en mi amigo que lleva su desamor con tal dignidad que me sorprende. Me admira su tranquilidad. Sé que la procesión va por dentro y no digo nada pero sé que exteriorizaría bastante más y monologaría sin parar sobre los motivos de la ruptura, sobre su necesidad o la injusticia de su sorpresa.

Hablaría de mí y del sufrimiento, y la emoción me embargaría. ¡Un coñazo!

Mi amiga, que trabaja en la salud pública, y es sabia, dice que guiarse por el corazón y no por la cabeza es lo que nos hace únicos e irrepetibles.

Su hija de catorce me hace notar que mi desconcierto es el suyo y comparte conmigo que los problemas hay que contarlos, gritarlos, llorarlos o sumergirlos bajo el peso de 80 kilómetros en bici o una caminata de horas.

Queremos las mismas cosas aunque nos sintamos especiales. Nos une mucho más de los que nos separa.

Mi perro tiene una vida regalada y duerme casi todo el día y alguien me hace notar que quizá seamos una raza superior pero no demasiado inteligente cuando nuestras mascotas viven como reyes mientras nosotros nos matamos a trabajar o sufrimos como animales; adelantándonos a las situaciones que aún no se han producido, y quizá ni siquiera nos toque vivir, poniéndonos siempre en lo peor.

Le echo de menos físicamente.  Le sugiero, de broma, que me trate como una vulgar amante de los años sesenta en España, con su pisito montado. Se ríe. Ya faltan algo más de 24 horas y el tiempo no acaba de pasar.

Las dudas se disipan y he decidido dejar de pensar en ese terreno y sólo sentir. Sea cual sea el resultado y previendo que todo tiene un final.

Suena Keane. Una canción que me gusta. También a D. Cada uno recuerda como acude a un conciertazo de un grupo como éste, que tampoco acaba de convencernos e intercambiamos exaltados la misma común experiencia. Animales de directo nos ganan para su causa.

Leo sus últimos "guachaps". Me escribe algo que apenas se atreve a pronunciar. Me sonrío. Lo ha dicho, aunque sea por escrito. No sé si debo otorgarle un significado especial, pero me gusta leerlo . Por extraño que parezca hubiese preferido escucharlo. En un caso como el suyo, tiene mucho valor, extraordinario por inusual.

Mañana será un gran día o no.

Cuento las horas y ne mata la ansiedad.







lunes, 21 de octubre de 2013

Un día melancólico

Bowie reinaba en la pared de mi cuarto y mi madre se preguntaba si adorar a un hombre tan poco viril, tan andrógino formaba parte de un periodo tan convulso como la adolescencia o era una de tantas rarezas de aquella niña a la que tan poco interesaba ser la típica quinceañera. No lo sabía entonces pero hay elecciones vitales por las que se pagan altos precios. Crecer queriendo ser un poco frikie, a veces una frikie total deja huella y no siempre es fácil. O no lo era en cualquier parte de la España de los ochenta.

 La gente a tu alrededor opina que te gusta dar la nota, que optas por la originalidad porque sí, porque te da la gana, y hasta cierto punto es verdad. Uno elige ser aquello que más feliz le hace, como dice cierto anuncio publicitario, uno debe atreverse a ser quien realmente le apetece ser. Aunque luego la vida te de la vuelta tantas veces, y te haga dudar de tu propia esencia.

Muchas dudas y pocas certezas, el perfecto ideario de tanta gente que conozco. El mío propio. Con el tiempo uno aprende que debe elegir la vida que le hace feliz, y que eso supone apostar mucho más por la parte emocional, por lo que uno siente, que por lo que uno piensa. O ésa ha sido mi elección.

Las cosas que nos hacen felices no son el dinero (aunque su falta cree tantísimos problemas) o el tener un buen trabajo, entendiendo por tal un trabajo bien remunerado, dado que no hay cosa mejor que trabajar en lo que de verdad te gusta ( no dudes en cambiar de ocupación si te apasiona).
Los mil y un sin sabores de un trabajo, cualquiera de ellos, se llevan mejor cuando uno se dedica a aquello que quiere y mejor sabe hacer. De alguna manera, no hay trabajo bueno, pero hay actividades que reconfortan.

Uno descubre con el paso de los años que cuesta superar las pérdidas; las de la gente que te quiere y decide poner kilómetros de distancia con uno porque los corazones ya no laten al unísono; que la muerte de un ser querido deja un vacío y te catapulta a un estadio de enfermedad que puede traducirse en taquicardia, melancolía, ansiedad, angustia o una insistencia en mantener con vida los recuerdos más íntimos, en que no se nos desdibuje su rostro, sus manos, o el timbre de su voz.

En esencia...(éso se huele en un país en guerra, aunque se bautice a la misma de conflicto)... todos queremos lo mismo. Paz y tranquilidad y futuro para nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestros conocidos.

De éso me quejo yo últimamente. Hay poca paz, poca tranquilidad y poco futuro, a la vista de los cambios que están produciendo estos señores que nos gobiernan. Ese franquismo sin Franco, como muy bien lo definió Vázquez Montalbán, cuyos lúcidos análisis políticos echo de menos; de la misma manera que echo en falta la voz profunda de Carlos Llamas. Gente que, sin duda, ayudaba a pensar.

Involucionamos. Mucho y profundamente. Y no sé si me gusta hacia donde vamos. Que se pare el mundo que me bajo, se decía. Que no se pare, pero que no tenga ese peligroso rumbo que a tantos nos disgusta. El rumbo de los chicago boys, del capitalismo salvaje, de los neocons...

Hoy tengo un día melancólico, como cada vez que llueve.



jueves, 3 de octubre de 2013

La "o" con un canuto

Hace poco se lo escribía a un periodista cuyo trabajo admiro en un post de facebook. "Hace años que la profesión periodística en este país necesita un buen vapuleo". Y concluía algo que pienso de verdad. La responsabilidad es de todos los que la ejercimos y  permitimos que llegase a esta situación.

Y, no sé por qué, ví  el despido de esos 129 trabajadores de El País como el culmen de un proceso que empezó hace mucho tiempo, cuando no es así. Habrá más EREs en otros medios, los hubo antes y los va a seguir habiendo. 

Yo conocí poco los buenos tiempos del periodismo. Escasamente de becaria. Tuve muy buenos compañeros, algunos buenos jefes y, aunque ya me había caído convenientemente del guindo al que me había subido mientras estudiaba, y estaba preparada para todo, no es lo mismo imaginarlo que vivirlo.

He visto y vivido condiciones de trabajo terroríficas, con jornadas maratonianas, sin apenas descanso. He conocido jefes que no están dispuestos a formar ni son ni pueden ser espejos en los que mirarse; formas y maneras de trabajar sin cuidar minímamente el lenguaje, sin pretender ser ameno, enganchar al lector.


Algunos hemos sido acusados de perfeccionistas por criticar un titular y una entradilla que presupone que el lector te sigue todos los días en una información que se prolonga indefinidamente; a veces sin interés alguno más que para el propio periódico. Y silenciar otras que podrian ser interesantes.

O por ser lentos y no escribir una información vomitándola y felicitándose por haberlo hecho en 15 minutos.

Tus compañeros, tu redactor jefe te dejaban claro, por si no te habías enterado, que había grandes anunciantes de los que nada se podía decir. Incluso había pequeños que llamaban para quejarse, alguna vez sin razón alguna.

Me puse muchas veces en el lugar del lector en aquella época y lo repetí hasta la saciedad. Este producto que hacemos no les interesa ó, lo podemos hacer mejor. Se reían. A ver si te enteras que el periódico lo mantiene la publicidad, tú sólo tienes que rellenar los huecos. Se me decía que el periodismo era éso, que o lo tomaba o lo dejaba. Comenzó a larvarse mi crisis, que iba y venía, porque quería vivir de escribir, y me había encariñado con esa profesión de una forma brutal.

Es verdad que estaba en un pequeño periódico de Galicia, hubo más, incluso otros medios. Y en todos ellos conocí a gente que compartía mi criterio; que pensaba que un producto inferior no engancha al público exacto, que es el que lee; era  gente que escribe muy bien, que tiene criterio, que interpreta bien la realidad, aunque luego no pudiese publicar esas cosas, o se les relegase a tareas de menor calado; mientras se premiaba al  adocenado. No lo recuerdo bien pero alguna vez llegué a decirles que por qué no publicaban  un album de cromos, cuando alguien me dijo que yo era una intelectual. ¿Intelectual? Ya me gustaría.

No entro en el noviazgo entre periodistas y políticos, en las imposiciones. En la rueda de prensa en la que se me ocurrió hacer una pregunta inconveniente, me debía haber sentado mal la comida, ya que nos aplicábamos la autocensura convenientemente, y el político pegó un bote en su silla, abrió mucho los ojos y miró hacia uno y otro lado y no me respondió, enredó de forma  muy profesional.

Me sentí una loca de atar porque hubo miradas de reprobación de compañeros. Si no recuerdo mal le pregunté por las cifras de paro, las de los años 90. Hubo mucha preocupación sobre lo que escribía y como titulaba aquella información cuando llegué a la redacción. Yo me dedicaba a hacer sucesos.

Ví rendirse a gente muy buena nada más comenzar, que tenían criterio, que querían hacer un buen producto. Emigraron, se fueron de Galicia, o simplemente lo dejaron.

Yo acabé haciendo lo mismo, emigrando y dejándolo, aunque no del todo. O no del todo al principio. Ahora sí. Y una parte de mí no se arrepiente en absoluto. Tengo un muy buen amigo, Justo se llama, que se pasó a la docencia y vivió situaciones similares a la mia y manifestó hace muy poco tiempo que no se ha arrepentido un solo día.

Por otra parte...¿Cómo diría yo ésto?...Hay alguna gente que aún está ahí en los medios, que puede parecer desde fuera que lo ha conseguido, aunque esa persona no lo vea así porque su ambición era desmedida, que...¿Cómo decirlo?...Cuyo ego, seamos claros, bate todos los récords, a la que le falta toneladas de humildad y, por tanto, de empatía. Y por tanto esa persona, como muchas que he conocido, sea incapaz de ponerse jamás ni en la piel de un lector, ni en la de una persona víctima o protagonista de una noticia. Y ésa, por desgracia, es la gente que comnienza a tener peso específico en los medios de comunicación españoles. Gente que no pone jamás al poder en un brete y que en tatísimas ocasiones no sabe hacer la "o" con un canuto.










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lunes, 29 de julio de 2013

Reencuentros


Hay gente que no deberia volver a la vida de uno nunca y perdones que jamás deben otorgarse. En esa tontería del hacerse mayor, de la vida que pasa implacablemente, a veces tenemos la tentación de mirar hacia atrás con nostalgia. Es una enfermedad que no se cura con los años, se recrudece. Y buscas a los amigos que se quedaron en el camino, de los que te alejaste por la distancia, el paso del tiempo u otros motivos.

 La poderosa intuición suele guiarte bien. Cuando te apetece mucho ver a alguien; cuando todas las sensaciones son buenas; cuando ni sabes por qué dejaste que la distancia enfriase la amistad y la comunicación el reencuentro funciona y uno tiene la sensación de que no hayan transcurrido años, apenas quizá unos días y todo fluye como si jamás se hubiese interrumpido.


Nada de lo que les cuentas que te pasa les sorprende, porque te conocen, aunque tú pienses que has cambiado de arriba a abajo; y probablemente sea cierto que lo has hecho. Ellos han pensado en ti, en como sería tu vida, has mantenido contactos escasos. Tú también en ellos. Fueron muy amigos tuyos. Lo siguieron siendo. Te añoraban igual que tú a ellos, cuando los necesitabas como sólo se puede necesitar a la gente con la que se ha crecido, con tanto pasado y tantos recuerdos en común.

No todos los reencuentros son necesarios. La nostalgia es selectiva y a veces uno repara en los porqués de su distanciamiento justo cuando tiene delante a quien puso en el congelador durante años. Es más, recuerda de golpe todas las pequeñas cosas (o no tanto) que han levantado un muro de desconfianza. Se pregunta si el fallo es suyo. Si es uno quien no está a la altura de la amistad o de la persona que tiene delante. El cariño es poderoso y cegador.

Recuerda incluso a  quién le advirtió contra cierto defecto intolerable. Ese materialismo que no es de ellos; ese constante medir lo que uno puede conseguir del otro. Esa gente que no sabe querer a los que nada tienen por lo que son aunque tengan tantas cosas que aportar. Que no sabe dar sin más, sin esperar nada a cambio.

Piensa, en definitiva, algo que ha aprendido con los años. Que uno es también como la gente de la que se rodea. Que hay que cuidar mucho el propio entorno. Que éso es también saber quererse.














viernes, 12 de julio de 2013

Una niña de nueve años

Le pedí que me ilustrase mi cuento infantil porque dibuja muy bien, el que aún no he empezado a escribir. Tengo ese reto entre manos.  Lo explicó mejor de lo que yo lo haría nunca. "Es muy difícil contar historias para los niños porque somos exigentes. Los adultos leéis hasta el final un libro que no os gusta pero nosotros lo tiramos a un lado y no queremos saber nada más de él".

C. también escribe  y lo hace como si nada. Tiene ese don. "Tengo muchas ideas circulando por mi cabeza". Quiero que lo haga más. Por cultivar su talento y porque ha sufrido una pérdida muy grande y me parece que la escritura le puede ayudar a ordenar sus pensamientos. A mí me pasa.

C. es sangre de mi sangre y me hace sentirme orgullosa de los míos. Es de pensamiento rápido, muy inteligente, simpática, ocurrente, y muy madura para su edad.  Ha tenido que crecer rápido, sin elección. Es también muy guapa aunque no se considere. 

Me gusta pasar las tardes con C. No me aburro en absoluto. Me siento mucho más cerca de ella, más comprendida incluso que con algunos adultos. Me ocurre como con Bosco. Tantas veces prefiero la compañía de un perro que no habla (ni falta que le hace) antes que la de un bíped@ retorcid@, cualquiera de ell@s, que no me intuye como mi perro ni de lejos. Y sé que no le importará la comparación porque le tiene mucho cariño al  peludo de la familia. 

C. me sabe ver y yo a ella. Quizá por éso comuniquemos bien. 

Nos hemos puesto como meta ponernos muy guapas este verano. Y ese proyecto implica buenos hábitos alimenticios y deporte. 

Le escenifico como vamos a desfilar en septiembre, todas chulitas y fibrosas, delante de los barrigudos de la familia, y se parte de risa. 

Me gusta hacer reír a C. y que aprenda a quererse y a verse tal y como es. Con todas las cosas buenas que tiene, que son muchas. 

Las mujeres de su familia, al menos las de la mía, somos uña piña y estaremos siempre a su favor. ¡Qué nadie nos la toque, la cuestione o la haga sufrir porque  tendrá que vérselas con nosotras!¡Y ellas, más que yo, son de armas tomar!



sábado, 6 de julio de 2013

El adios.

Esta semana me he despedido de un médico especialista al que acudía en citas más o menos periódicas desde hace 20 años. Acabé llorando. Debería haberme acostumbrado a los adioses y a las pérdidas porque mi vida ha estado llena de ambas cosas, desde muy joven. A veces digo que tengo callo pero compruebo una vez más que no.

 Me extrañó mi reacción y me tranquilizó saber que no era la única paciente que la había tenido porque a veces tengo la sensación de  que me aferro a la gente y a las cosas muy rápido y muy fácilmente. Que mi capacidad para encariñarme o familiarizarme con todo roza algún Guinnes de los récords.

Me he despertado recordando como pedí el cambio de especialista después de las primeras consultas porque no me gustaban sus silencios. Hace 20 años aún no sabía que hay silencios que son ensordecedores. Que lo están diciendo todo aunque no digan nada.

¿Y las trifulcas que le montaba cuando consideraba que el proceso de recuperación no iba lo suficientemente rápido?  Un compañero  me bautizó como la paciente impaciente, con todo el merecimiento.

Tengo la necesidad de mostrarle mi agradecimiento porque estoy aquí gracias a él, lo digo siempre. Y me ha enseñado muchas cosas de mí misma en el proceso de recuperación, como que debo aferrarme siempre a esa mujer luchadora que hay en mí. Que mi mala ostia, mi inconformismo y mi rebeldía son ganas de vivir en estado puro.

Y por el camino, charlando de todo y de nada, que no encajar del todo en el puzzle que a uno le toca por suerte, no es malo; que lo correcto es lo que le pide el cuerpo a uno, y esa sensación de malestar, esas cosas que a una le chirrían es porque simplemente no le gustan y no debe forzarse a hacerlas.

Mi médico trabaja en la sanidad pública. Su sustituta, la que conoceré en Agosto,  también.






domingo, 16 de junio de 2013

Llueve

Llueve y no es noticia ni novedad en un año como éste. Puede que no haya verano, ni sol, ni calor.   Ni tardes prolongadas en la playa. Alguna de las que yo frecuento, medio perdidas, ya poco secretas, son lugares impactantes  y privilegiados. Quizá sólo para mis ojos.

La belleza está en mi mirada distorsionada, me acusa P.  No quiero rebatirle. Sé que tiene unas caderas bonitas, y tantas otras cosas que le señalo. Me da igual si no es capaz de verse. 

Ya ni siquiera me importa que me juzguen aunque yo evite hacerlo, con todo el mundo. De repente, por pura casualidad, acabo de reparar que hay una cantidad inmensa de historias que no se cuentan y cargan la mochila de todos y cada uno de nosotros. 

Lo importante, como dice Charo, no son los principios sino los finales de todas las cosas que nos suceden. 

Carlos construye en un papel que enrollará y meterá dentro de un canuto un mensaje de amor para cada día de los treinta que su chica permanecerá fuera de España. No hay comunicación posible con el lugar al que ella va. Me recuerda que la felicidad son esos momentos que discurren entre putada y putada, como decía Sancho Gracia en 800 balas; que lo importante es precisamente éso, aprovechar la ola y surfearla mientras dure; que nada de lo que hacemos  y nos define socialmente importa. No nos identificamos con una tarjeta de visita. Lo importante es quienes somos de verdad. 

Hablo de esencia con el africano. De lo que está detrás de la armadura con la que cada uno carga, de la imagen que cada uno proyecta.  Nos puede la misma rabia. Le digo que no soporto ni un minuto más  el activismo de sofá. Que la rabia me está destruyendo;  saber lo que de verdad está ocurriendo, o una parte al menos, y estar aquí, inmóvil. No sé como decirle que esa mala leche nuestra puede ser muy creativa, muy liberadora, terriblemente transformadora. 

Hoy le dije a S., que tiene 16 años menos que yo pero conecta conmigo como si nada por ese inmenso tarrazo que tiene,  que su dolor, el que tiene cerca, le había hecho crecer mucho. Y que lo había notado desde la última vez que nos vimos. Hablamos de coincidir delante de unas cañas y de que lo importante es la coherencia y fiarse de la propia intuición. 

A Salva, que se irrita por el hambre que pasan algunos niños españoles, le digo que en este país hay muchos. Las clases sociales vuelven a estratificarse. 

No sé si montaremos barricadas o seguiremos aceptando y tragando. Algunos estamos sobrepasados. Es un rechinar constante de dientes  y se pone de manifiesto cuando se tratan determinados temas, que rehuyo. Estoy harta de la queja de la barra de bar, que se ha extendido a cualquier ámbito. Me reconozco poco en los líderes que se presentan como tales; sean o no políticos. 

No creo en las soluciones mágicas ni en las pociones milagrosas. Mucho, cada vez más, en el sentido común y la buena gestión. Y en conocer un poco al país del que hablas. A todo él. No es tan difícil.

Ha dejado de llover. 





martes, 7 de mayo de 2013

Una naranja hablando con un bistec (Para Cris)

Un día lo dijo D. hablando de una amiga imprescindible: "Con unas pocas palabras deshace los nubarrones de mi cabeza" y lo entendí perfectamente y me apropié la frase. Me gusta mucho hablar con D.  con Cris, con Ana, con Salva; todos lejos y cada uno de ellos viviendo su crisis particular como puede. Nos ayudamos unos a otros a entendernos, dudamos, nos emocionamos, proyectamos cosas o buscamos fuerzas en las palabras del otro que corroboren nuestra opinión; que ordenen nuestro pensamiento o que lo desordenen. A veces también para continuar con la lucha. Hablamos por teléfono, nos escribimos mails, mantenemos el contacto. Esa comunicación imprescindible.

A veces uno tiene la tentación de reducir a la gente en categorías, de clasificarla, olvidándose de que todos somos complejos y nos mueven pulsiones muy diferentes, incluso contradictorias. Nadie es de Marte o de Plutón; Blanco o Negro; Bueno o malo. No. 

Como mi madre, como alguna de mis hermanas, yo clasifico cuando me cabreo, cuando me sale el genio y me digo, ya está bien de tanta comprensión y tolerancia. Me remango y me río un poco. Pero no es así, no. 

Toda esta gente con la que comunico, y otra mucho más que no cito, tienen mucha facilidad para emocionarse. Somos gente sentida, y por tanto nos entendemos. 

Es muy difícil explicar las cosas cuando se trata  de sentimientos. Y recuerdo la frase de Rubert de Ventos en el programa, "Pienso luego existo", sobre la dificultad de escribir. "...La renuncia absoluta de la escritura cabrona para meter tus pensamientos por un tubo". Me atrapó completamente ese programa. Estaba muy bien hecho. Sobre todo  por las cosas que decía;  

"Si vas con tus principios arrasas el mundo y lo filtras (...) Todo es pretexto para tu realización. (...) Para cada cosa, cada libro cada persona tienes  que ir encontrando el trato que te pide, que te requiere, que te necesita. Los valores homogeinizan a la gente. Yo prefiero una sociedad sin valores, más culta y con más cortesía". 

Y me recordó a ciertas conversaciones que mantengo con una amiga que vive muy lejos. A esa tentación que a veces tenemos de ver al otro bajo nuestro prisma; de pedirle que se comporte, diga o haga lo que esperamos de él, de ella. Juzgando y suponiendo que nuestra manera de estar en el mundo es la que vale, la que tiene peso, la correcta.

Nos pasa con gente a la que apreciamos mucho pero que tiene una manera diferente de entenderse o de pensar, como de otra galaxia para nosotras. 

"Es como una naranja hablando con un bistec", le dije. 

Quizá no tengamos la misma longitud de onda o nos cueste comunicar, pero también y debido a eso nos abrimos mutuas ventanas unos a otros, supongo. 

Le prometí que escribiría de ésto. Me cuesta. No lo consigo pero se lo debía. 




miércoles, 17 de abril de 2013

La docilidad tiene un coste

Estos años de crisis han cambiado mucho a la gente que conozco. De repente, me descubro escuchando a alguien muy de derechas enarbolando un discurso que le hubiese parecido en tiempos radical y de izquierdas. Ya estoy escuchando a algunos: "No existe la derecha o la izquierda, no existen las ideologías". ¡Vaya si existen! ¡Y con esa ventaja juegan los que nos gobiernan! Con nuestro propio desconcierto ante lo que sucede.

He sido injustamente crítica con un movimiento llamado 15 M. Los que me conocen lo saben. Es verdad que lo quiero todo y lo quiero ya pero, mientras nos hemos dedicado a los juegos florales, la apisonadora del recorte de nuestra sociedad del bienestar avanza inexorablemente. De seguir así, en unos años no reconoceremos el país que habitamos.

Hay un lenguaje pernicioso y que tira a dar que emplea esta derecha, a la que ya no puedo soportar. Ése que llama nazis a los que hacen escrache ( el escrache lo inventó la tuna, decía con sorna un conocido) o que dejan claro que hay ciudadanos responsables que dejan de comer para pagar su hipoteca y otros que no.

Como, además, aquí se puede decir lo que se quiera porque la falta de calidad democrática de este país jamás les obligará a dimitir, quienes nos gobiernan abren sus bocazas y escupen todo tipo de sandeces sin pensar. Permitidme que haga lo mismo.

Este mes de abril espero que ocurren cosas que lo cambien todo para mejor. Me imagino en Lisboa, un 24 de abril preparando una nueva revolución pacífica contra la troika, la asfixia ciudadana, los recortes en un país que acababa de levantar la cabeza después de una crisis local cuando le tocó la global.

Me imaginaba al nuestro saliendo a la calle el 14 de abril, para conmemorar algo más que el advenimiento de una república a la que no se le dejó ser.

Lo sabéis quienes me conocéis. Vivo en una ciudad cuya historia de movilización en la calle es épica y pertenezco a una familia de mujeres fuertes, luchadoras y bravas. Me hace daño esta docilidad que no va a ningún lado. Cuándo pienso en ellas me las imagino diciéndome. ¿A qué esperas, qué hacéis tan quietos, tan tranquilos, aceptando lo que se os viene encima sin más?

Debe ser que mientras publicamos chorradas como ésta o carteles llenos de verdades en redes sociales estamos pacíficamente en casa, tragando con todo, pensando ¿es que nadie va a hacer nada? Sin hacer mucho más ninguno de nosotros.

No puedo seguir instalada en una queja que no va a ninguna parte y que es tan desgastante y me puede esta docilidad, esta falta de unión entre todos los afectados por la crisis, a día de hoy no se libra nadie, que se asoman cada día a una pantalla de televisión, ordenador, tablet o smartphone para hacer una revolución virtual que no está consiguiendo mucho.

Y sí, claro que habría que premiar a la plataforma "Stop Desahucios" por haber sido los únicos que no han cejado en su empeño, no han cedido ante las amenazas y continúan dando la batalla sin plantearse dejar de luchar. Ése es el espíritu.




miércoles, 10 de abril de 2013

"Abril es el mes más cruel"

Hoy, cuando salía de la piscina, el vigilante me hizo un gesto con la cabeza y me dijo "hasta la próxima". Me sentó bien verle, igual que a uno al que ya hemos apodado "el molinito" que nada a crawl con las palmas de las manos abiertas y cada vez que impactan con el agua, resuenan en un espacio en el que apenas se escucha nada. Me alegré de haber retomado viejas rutinas.

Me encontré con la mujer de la obesidad mórbida y hablamos de los pequeños hurtos. Que si me han robado una chaqueta, que si a una señora le llevaron la bolsa.

Cuando volví al vestuario estaba aún arreglándose y, a pesar de mis prisas, la ducha a toda leche, y mi inconstante atención me soltó que a una chica le llevaron la ropa interior, y que una señora tuvo que irse a casa en bañador y chanclas porque no tenía dinero para un taxi ni nadie que pudiese venir a por ella. Estaba ficcionando, alucinada, mal.

Abril es el mes más cruel recordé al ver a una chica con una delgadez sólo fruto de la anorexia. Intentaba convencer a una señora de que tan sólo tenía 28  años, y estaba agitada, quería estar en forma, decía.

Se notaba a la legua que no andaba muy fina. Nos quedamos a solas. La señora, que podría ser mi madre, y yo que podría ser la de la pobre chica, a pesar de su aspecto de más de 50  años. No creo que tuviese más que una talla 12, si la tenía. La mujer me miraba intentando comprender. "¿Pero tú la has visto?"..."No está bien, señora, es éso".

Me fuí con viento fresco y recordé lo duro que resulta perder pié y lo importante que es mantener el centro de gravedad, la rutinas, cierta autodisciplina; llevar a cabo los proyectos; seguir apostando, sobre todo, por uno mismo. La resistencia psicológica es lo más importante que tenemos.

Recordé a J. y nuestros intercambios de mensajes. Alguno en el que me dice que ciertos descarrilamientos no están mal. Yo comienzo a dudarlo. Le echo de menos, a él y a otros amigos lejanos.

Cada vez que vuelvo a la realidad y me subo a la rueda de hamster que es una vida "normal": despertarse, trabajar, horarios, comidas, piscina, paseos con Bosco, lavadoras, etcétera, una nostalgia un poco difícil de explicar se apodera de mí.  La nostalgia de una vida diferente que pude haber tenido, que quizá sobrevenga  cuando me canse de ser ésta y decida ser otra.

Como dice Yol, no podemos quejarnos, estamos bien, pero a veces nos imaginamos una vida de aventura que a ambas nos hubiese gustado tener. Los sueños son más bonitos sobre el papel, y suelen perder un poco de brillo cuando se hacen realidad, es algo que sé, que he descubierto.

Me gustó la sonrisa del vigilante, su gesto cómplice de, "otra vez por aquí". Me disgustan, y mucho, ciertas cosas que intuyo, y que siempre veo como irreales, como sin fundamento, cuando si están ahí será por algo.

Tengo ganas de ver a mis amigos que están lejos, ésos que sienten parecido, añoran cosas similares y me entienden con muy pocas palabras.

No pasa nada, es sólo nostalgia, la confirmación de que el tiempo va pasando y de que ciertos sueños quizá nunca lleguen a perder brillo, nunca se conviertan en realidad.

A veces uno tiene la sensación de que crece en un día, en unas horas. Es como encontrar, de repente y sin pararse a pensarlo demasiado, la clave, el meollo de la cuestión de la propia existencia.