sábado, 6 de julio de 2013

El adios.

Esta semana me he despedido de un médico especialista al que acudía en citas más o menos periódicas desde hace 20 años. Acabé llorando. Debería haberme acostumbrado a los adioses y a las pérdidas porque mi vida ha estado llena de ambas cosas, desde muy joven. A veces digo que tengo callo pero compruebo una vez más que no.

 Me extrañó mi reacción y me tranquilizó saber que no era la única paciente que la había tenido porque a veces tengo la sensación de  que me aferro a la gente y a las cosas muy rápido y muy fácilmente. Que mi capacidad para encariñarme o familiarizarme con todo roza algún Guinnes de los récords.

Me he despertado recordando como pedí el cambio de especialista después de las primeras consultas porque no me gustaban sus silencios. Hace 20 años aún no sabía que hay silencios que son ensordecedores. Que lo están diciendo todo aunque no digan nada.

¿Y las trifulcas que le montaba cuando consideraba que el proceso de recuperación no iba lo suficientemente rápido?  Un compañero  me bautizó como la paciente impaciente, con todo el merecimiento.

Tengo la necesidad de mostrarle mi agradecimiento porque estoy aquí gracias a él, lo digo siempre. Y me ha enseñado muchas cosas de mí misma en el proceso de recuperación, como que debo aferrarme siempre a esa mujer luchadora que hay en mí. Que mi mala ostia, mi inconformismo y mi rebeldía son ganas de vivir en estado puro.

Y por el camino, charlando de todo y de nada, que no encajar del todo en el puzzle que a uno le toca por suerte, no es malo; que lo correcto es lo que le pide el cuerpo a uno, y esa sensación de malestar, esas cosas que a una le chirrían es porque simplemente no le gustan y no debe forzarse a hacerlas.

Mi médico trabaja en la sanidad pública. Su sustituta, la que conoceré en Agosto,  también.






2 comentarios:

  1. Me solidarizo, paciente impaciente. Cualquiera que te enseñe algo de ti mismo merece un rinconcito en nuestra memoria o sensibilidad, que vienen a ser más o menos lo mismo.

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