lunes, 21 de octubre de 2013

Un día melancólico

Bowie reinaba en la pared de mi cuarto y mi madre se preguntaba si adorar a un hombre tan poco viril, tan andrógino formaba parte de un periodo tan convulso como la adolescencia o era una de tantas rarezas de aquella niña a la que tan poco interesaba ser la típica quinceañera. No lo sabía entonces pero hay elecciones vitales por las que se pagan altos precios. Crecer queriendo ser un poco frikie, a veces una frikie total deja huella y no siempre es fácil. O no lo era en cualquier parte de la España de los ochenta.

 La gente a tu alrededor opina que te gusta dar la nota, que optas por la originalidad porque sí, porque te da la gana, y hasta cierto punto es verdad. Uno elige ser aquello que más feliz le hace, como dice cierto anuncio publicitario, uno debe atreverse a ser quien realmente le apetece ser. Aunque luego la vida te de la vuelta tantas veces, y te haga dudar de tu propia esencia.

Muchas dudas y pocas certezas, el perfecto ideario de tanta gente que conozco. El mío propio. Con el tiempo uno aprende que debe elegir la vida que le hace feliz, y que eso supone apostar mucho más por la parte emocional, por lo que uno siente, que por lo que uno piensa. O ésa ha sido mi elección.

Las cosas que nos hacen felices no son el dinero (aunque su falta cree tantísimos problemas) o el tener un buen trabajo, entendiendo por tal un trabajo bien remunerado, dado que no hay cosa mejor que trabajar en lo que de verdad te gusta ( no dudes en cambiar de ocupación si te apasiona).
Los mil y un sin sabores de un trabajo, cualquiera de ellos, se llevan mejor cuando uno se dedica a aquello que quiere y mejor sabe hacer. De alguna manera, no hay trabajo bueno, pero hay actividades que reconfortan.

Uno descubre con el paso de los años que cuesta superar las pérdidas; las de la gente que te quiere y decide poner kilómetros de distancia con uno porque los corazones ya no laten al unísono; que la muerte de un ser querido deja un vacío y te catapulta a un estadio de enfermedad que puede traducirse en taquicardia, melancolía, ansiedad, angustia o una insistencia en mantener con vida los recuerdos más íntimos, en que no se nos desdibuje su rostro, sus manos, o el timbre de su voz.

En esencia...(éso se huele en un país en guerra, aunque se bautice a la misma de conflicto)... todos queremos lo mismo. Paz y tranquilidad y futuro para nuestros hijos, nuestros sobrinos, nuestros conocidos.

De éso me quejo yo últimamente. Hay poca paz, poca tranquilidad y poco futuro, a la vista de los cambios que están produciendo estos señores que nos gobiernan. Ese franquismo sin Franco, como muy bien lo definió Vázquez Montalbán, cuyos lúcidos análisis políticos echo de menos; de la misma manera que echo en falta la voz profunda de Carlos Llamas. Gente que, sin duda, ayudaba a pensar.

Involucionamos. Mucho y profundamente. Y no sé si me gusta hacia donde vamos. Que se pare el mundo que me bajo, se decía. Que no se pare, pero que no tenga ese peligroso rumbo que a tantos nos disgusta. El rumbo de los chicago boys, del capitalismo salvaje, de los neocons...

Hoy tengo un día melancólico, como cada vez que llueve.



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