miércoles, 5 de enero de 2011

Más que felicitación, carta protesta

¡Hala! ¡Ya estamos con la típica película pastelera del amor navideño! ¡Cuánto daño le hacen a la gente con esas babosadas y luego nos quejamos de que los niños hablan como en las series!

Es verdad, Duarte, que me pongo macarra negándome a compartir el espíritu navideño pero hay un día inconcreto, en el que hay un clic estúpido dentro de mí, y me invade la nostalgia y la navidad entra a saco y me descoloca y me embarga la emoción de lo que fué, lo que pudo ser y lo que será y me da por construir felicitaciones como ésta.

Dado que el mayor viaje que hago es a mi mundo interior tiendo a analizar mucho determinadas cosas... Sí, tengo tiempo para pensar. Es más, lo busco como sea, me gusta, me lo paso bien, pues os cuento lo que he venido barruntando en el 2.010.

Para empezar confieso que estoy cansada de predicciones apocalípticas y quejas generalizadas. Sé que la situación no es buena, que la economía no marcha, que hay mucho paro, que si la situación financiera, el PIB, la gestión de la crisis, etc, etc...pero creo que nos están amargando y cabreando todos los días gente que, por cierto, vive como Dios.

Nos están haciendo creer que debemos preocuparnos de las cosas que les preocupan a ellos, y lo que es peor, nos están convenciendo de que no hay otro mundo posible que el que nos pintan, que no se puede hacer nada, salvo acatar y callar, sin poner nada en tela de juicio, sin siquiera discutirlo. Me enerva.

Y enlazo con mi segunda preocupación. El estado general de mi entorno, de parte de mi entorno, que lo pasa mal. Y recuerdo una conversación con Charo que me repite muy a menudo que esto significa crecer, que las vidas se complican y los problemas son menos con 20 años que con 40, y sé que tiene razón pero me niego nuevamente a acatar más que lo que no queda más remedio que acatar, como la muerte de la gente que quiero o sus enfermedades.

Sin embargo, veo cada vez más amargura aunque ningún médico la diagnostique. Resignados a su suerte, estos pacientes se ven mayores para casi todo. No quieren construir nada, hacer nada. Les falta chispa. No les gusta su vida y no están dispuestos a hacer nada para cambiarla.

Peor aún, tampoco te apoyan cuando tú quieres hacer algunos cambios en la tuya, cuando proyectas o expresas tus deseos nunca nada es posible y todo va a salir siempre mal.

A menudo recuerdo una conversación que tuve con un octogenario que me agarró por el brazo cuando le despedía, y me dijo, “vive la vida, disfrútala, cuando quieras darte cuenta será demasiado tarde” y me tuvo pensando una semana con esa frase el tío. Me inquieta ver como madurez y amargura, en algunos casos, van de la mano.


No soporto la falta de respeto generalizado y la cantidad de jueces profesionales sobre la vida de los demás que pululan por doquier. Seguramente también yo lo hago. Como nos erigimos para destripar con saña la vida de todo el mundo sin un miligramo de empatía.

Incluso comienzo a no soportar a los que, cargados de buena voluntad, pretenden cambiar la vida “equivocada” de los otros. Cuanto más tiempo pasa más convencida estoy de que no se puede hacer nada para ayudar a alguien que no lo pide.

Veo, además, una tendencia social hacia la uniformización, que incluso va por barrios, por ideologías, por maneras de ver ó entender la vida que me preocupa aún más. Por tal motivo, quiero repensar y analizar toda la invasión de información que recibo o de “tendencias” de pensamiento o análisis porque cada año que pasa me toca más las narices lo políticamente correcto, sea cual sea el emisor del mensaje.

Sufro con los que mangonean a conciencia, los que se crecen atacando a los más débiles; ese maltrato de baja intensidad casi imperceptible, esa exigencia injustificada sólo hacia las niñas ejercida tantas veces por nosotras, las que hemos sido víctimas de esa educación. Como si una niña no pudiese tener carácter o dar una mala contestación o reclamar su espacio.

Lo gracioso que resulta cuando lo hace un niño, sin embargo.

No entiendo como se justifica la ausencia de ética, de meritocracia, de deontología profesional, los pequeños hurtos, los fraudes fiscales...Y resulta paradójico que luego nos llenemos la boca exigiendo limpieza en el ejercicio de su cargo a los políticos pero le digamos a quien la pide a menor escala, si no sabe en qué mundo vive o de qué higuera se ha caído.

Me disgusta también, coincidiendo con Ch., la gente que confunde soledad física con mental. Y me revienta, pero mucho, como somos de invasivos y de maleducados aludiendo a que es un rasgo del carácter español o meridional.

Me irrita que tampoco se entienda que se puede ser timidísimo con cuarenta y tres ó con cincuenta y que ahora todo el mundo se ponga esa etiqueta, con lo difícil y jodido que es ser así, y lo que cuesta socializar incluso cuando se supera con los años. Si hablas hasta con los floreros, ni eres tímido ni lo has sido en tu vida.

Y comparto un análisis que alguien expresó en una red social con el que estoy de acuerdo. Que no entiende como se monta tal estruendo contra la Ley Sinde, aún estando de acuerdo con los que se oponen, y no contra los goles que nos meten todos los días.

Y entre los goles que este señor no contempla a mí me preocupa mucho, cada vez más, como se enrarece el clima social con luchas intestinas de una y otra parte, muchas ni siquiera son nuestras ni nos afectan, por ejemplo. Mi desafección cada vez mayor con los que dicen representarme tiene mucho que ver con ese clima de ataques, dimes y diretes de cosas muy importantes, no digo que no, pero también con la ausencia de otras, que muy a menudo se olvidan.



La vida sigue. Y esto no es una felicitación, es una carta protesta. Lo sé. Mi deseo para el 2.011 es naif e ingenuo pero creo que necesario. Quiero que mi gente y yo también, porque se me olvida muy a menudo a pesar de haberse convertido en mi máxima ambición, sea feliz, se atreva a ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario