jueves, 10 de febrero de 2011

No tan diferentes

Estos días sigo con atención, toda la que le puedo dedicar, la revolución en Egipto, como en su día hice con Túnez. He comprobado y admirado como la fuerza de un pueblo, harto de ser teledirigido por una cúpula de dirigentes poderosos, corruptos y millonarios se extiende como una mancha de aceite. Unos dirigentes que vivían al margen de sus ciudadanos súbditos, salvo para llenarse bien a gusto los bolsillos e intentar perpetuarse en el poder a través de sus hijos.

La primera vez que escuche que España no estaba tan alejada como nos pensamos de lo que le ocurre a los países del Norte de Africa fué en la SER.

En nuestro caso, también, el paro juvenil atenaza a nuestra población convirtiendo a esa generación en la que menos futuro tiene a priori, salvo que aprendan alemán y a hacerse bien sus maletas.

Gran fracaso el de un país que gasta un dinero precioso en formar a sus mejores estudiantes para que acaben por trabajar para otro que no ha invertido un duro en su formación. Porque, hasta donde yo sé, a Alemania no le interesan los camareros o los jóvenes ni-ni...

Compartimos con los países árabes una parte muy importante de nuestra sangre, mezclada también con otros pueblos pero durante OCHO SIGLOS con ellos, lo que hace que alguien como yo, morena y de ojos castaños, pueda pasar fácilmente por árabe en cualquiera de sus países, eso me decían.

Compartimos la corrupción instalada en un país donde, si bien hay una fiscalia que la persigue y la investiga, también hay unos ciudadanos, con menos longitud de miras que los tunecinos o los egipcios que, pese a todo, siguen dispuestos a votar al que ha metido la mano en el saco y bien a gusto ( No somos los únicos, a los italianos les ocurre lo mismo con Berlusconi).

Entre las cosas que nos distancian yo situaría en primer lugar la juventud de sus sociedades (media de 30 años) en relación a la avejentada sociedad europea, donde el mayor problema hoy día es el mantenimiento de las pensiones y la sociedad del bienestar.

El otro gran factor que hace que no tengamos nada que ver con los egipcios, los tunecinos, los palestinos, los jordanos...es que son pueblos que mantienen la ilusión para crear otro mundo diferente al que conocen, mientras aquí acatamos y callamos ante las imposiciones de organismo como el FMI, que se empeñan en recortar nuestros derechos a cambio de nada, o permitimos que un banco se quede con la casa de un señor minusválido sin respetar siquiera la cobertura de un seguro de pago que un día firmó.

La sociedad de los países árabes está viva y despierta, la nuestra muerta, aletargada por princesas del pueblo, fútbol, botellones, cuarenta principales y marcas a go-gó, además de teléfonos móviles y últimos modelos de coches; mientras el paro no deja de crecer, sobre todo entre los más jóvenes, y cada noche, una madre enseña a su retoño más pequeño el valor de saber hacer bien una maleta. ¡Quien sabe! En eso puede estar mañana su futuro.

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