martes, 1 de febrero de 2011

Amor y madurez

Mi amigo Carlos es emocional y busca desde hace un tiempo, desde que superó su ruptura matrimonial y dejó de coleccionar conquistas y agujeros emocionales, una mujer que le quiera y a quien querer.

Instalado en la cincuentena piensa que su objetivo es quimérico y, sin embargo, el hombre más descreído que conozco, aunque bastante emocional también, me lo dijo hace poco ante mi propio escepticismo: “La gente se enamora con cincuenta, con setenta y hasta con ochenta”... Me sonreí para mis adentros.

Se lo digo a Carlos, te mereces encontrarla y la encontrarás. No le digo que deje de buscarla donde no debe, que deje incluso de buscar, que esas cosas se presentan cuando uno menos se lo espera, que basta con estar disponible.

Ocurre que, salvo a los que deciden amargarse la vida a conciencia, el amor puede aparecer incluso sin uno desearlo, y así le pasó a una mujer que tenía la misma edad que yo ahora, cuarenta y medio, hace más de veinte años.

Nos unía una relación de simpatía extraña que se fué ganando desde el primer día que ella me atendió en su bar de la Plaza de Cascorro.

Aquella madrileña de pura cepa, como gustaba de gritar a los cuatro vientos, me recibió un día mustia y descafeinada.

Le pregunté que le ocurría y tras no demasiada resistencia se sentó en mi mesa, recogió mis apuntes de facultad con mucho más cuidado del que yo emplearía y me tomó ambas manos antes de confesarme que se había enamorado a sus años: “Lo peor es que no cambia nada, da igual la edad que se tenga. Es lo mismo con cuarenta y cinco que con quince, ¡Qué horror!”.

No la comprendí entonces pero la he recordado muchas veces, cuando tuve la misma sensación de vivir una adolescencia recuperada tras haberme vuelto a enamorar a una edad ya madura.

Me apena que alguna gente, como la nueva amiga de Carlos, sea tan cobarde de no querer reconocer que le gusta mi amigo, que lo quiere a su manera, que lo echa de menos si no le llama, si no le envía un mensajito de móvil ( ¡Huy el amor tecnológico! Lo que ha cambiado las cosas, y no siempre para bien).

Demasiada gente conozco ya que se empeña en racionalizar sus sentimientos, pensando que dejarse llevar por lo que le motiva, por lo que a uno le apetece de verdad, nunca es conveniente.

Sin embargo, Carlos piensa que sólo se equivoca cuando se deja gobernar por la razón. A mí me ha convencido de que así se debe actuar, aceptar los propias emociones cuando son más fuertes que nosotros.

Yo espero haberle convencido a él de que ignore a esa mujer que se empeña en hacerse la difícil, la inalcanzable, que lo racionaliza todo, y que lleva puesta ¿como no? una inmensa coraza para proteger su corazón de lo que mi amigo Carlos, sin duda alguna, ya le mueve dentro.

Ella se lo pierde.

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