martes, 16 de octubre de 2012

Pérdidas



Hay cosas que uno tiene que vivir en sus carnes para entenderlas. A veces, basta con tener algo de empatía y olfato, al menos con los amigos, con la familia o lo que yo llamo mi gente.

Entre ese grupo de personas hay una familia monoparental que ha sufrido una terrible pérdida. Dos niñas de cuatro y ocho años se quedaron sin madre de la noche a la mañana. Su entorno las protege, las mima, las cuida…Procura regalarles una infancia feliz.

Lo llevan bien. Los niños y su capacidad de adaptación nunca dejarán de sorprenderme. Los ves con ojos de adulto, temes que pierdan pié y, se reponen antes de que tú te des cuenta.

En cualquier caso, y debe ser porque no tengo hijos, acabo de descubrir  que nunca se recupera uno del todo de la pérdida de una madre.

 La niña de ocho años, ya nueve, necesita muchas veces monologar sobre la maternidad, repetir una y otra vez que ella ya no la tiene; dejar claro que no conoce a nadie que esté en su misma situación. La dejo hablar. Supongo que le vendrá bien. A veces he pensado en decirle que una madre es una mujer a la que admirar e imitar, pero temo que me diga que ella quiere la suya y no una sustituta de quita y pon.

La pequeña es un misterio. Parece haberlo aceptado bien pero no se expresa igual, con la misma facilidad. Y cuando lo hace nos deja a todos, me deja a mí, tragando saliva, sin palabras.

Estuve hace unos días con ellas en su casa y percibí cosas sin quererlo. Lo pasábamos bien, nos reíamos. Que quede claro que detesto el dramatismo pero estos días, poco a poco, ha ido creciendo dentro de mí una desazón extraña.


Estoy tan tranquila y, de repente, como un fogonazo, las veo ahí, diciéndome cosas. Veo al padre, ejerciendo de padre y madre 24 horas, y veo su casa, y ahora tengo claro que esa extraña sensación que se respiraba por todos los rincones es  la ausencia de una madre, que no hace tanto que se ha ído. 

Y de repente me digo que no puedo sustraerme a lo que nos está pasando, en realidad no quiero. La estafa que llaman crisis, los recortes, el miedo paralizante, ese túnel sin fondo y sin salida. Pero procuro tomármelo con muchísimo sentido del humor. Y, a veces, lo consigo. Gracias a gente como Dávila o Forges o incluso el Roto.(O de muchísimos comentarios de gente ocurrente como ella sola, que lees por ahí, en redes sociales, en una pancarta, en una pintada callejera; en una columna de opinión).

Sin embargo, este peso que llevaba dentro y acabo de soltar es algo que se sobrepone a todo lo demás. Minimiza y reduce a nada cualquier otra preocupación.  


Miro el futuro de estas niñas con optimismo, tienen gente estupenda en su entorno, que por pura intuición lo están haciendo muy bien.  Pero, a veces, muchas veces, tengo que pararme a pensar antes de responder a una niñas de nueve y cinco  años, para ser siempre positiva y transmitirles fé en la vida que les espera, incluso aunque su madre no esté ahí para verlas.
   


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