lunes, 6 de enero de 2014

La zampabollos

Mi amiga P. acaba de divorciarse y, como muchas, dice estar genial, mejor que nunca, estupenda y querer sólo relaciones sin mucha o  ninguna trascendencia. Me río para mis adentros porque sé que no es verdad. Le hablo un poco de  la gente sola  que conozco de su edad, para que se ría.

-Prepárate porque lo vas a flipar.
-"Es un asco".
- Será lo que quieras pero es lo que yo veo y más de lo que me gustaría.  Por ejemplo tenemos a R.   Es un tipo que parece  adorable y encantador pero lleva unos cuantos años coleccionando mujeres guapas. No quiere a cualquiera colgada de su brazo, quiere a mujeres de anuncio, pero de su talla, porque él no es muy alto.  Las quiere femeninas, es decir "pijas", que no digan tacos, que sean cultas, que le gusten, que tengan un buen trabajo.  Y que sean delgadas, con ese patrón de belleza que se nos ha vendido como I-DE-AL. Es decir, qué tú y yo somos gordas... O exhuberantes, que es lo mismo que llamarte gorda, por si te pasa. A lo que iba, R. es un hombre con un concepto muy anticuado y tradicional de la vida, que piensa que todos los hombres son como él.
-De esos ya no quedan.
-No poco.

-Y vuelvo a lo de gordas porque resulta que, como con muchas otra cosas, nos hemos vuelto intolerantes.  Es casi un delito estarlo. Por éso me gusta la gente que impone su físico orondo y come bien, y disfruta comiendo.

También me gustan las mujeres que reconocen abiertamente lo que quieren. Y los hombres. Aunque sea estrambótico.

"Mucha gente sola necesita revisar  el estado de su salud mental. Cuidarla, mimarla, aceptar que ser humano es algo bueno para empezar", me comenta una abogada que atiende cada vez más casos de divorcio.

"Y la salud mental está muchas veces por encima de lo material, de las luchas encarnizadas, de quien tenga o no la razón. No es sólo lo qué le haces al otro. También es lo que te haces a ti mismo".

Es una mujer mayor, podría ser mi madre. No nos entiende. A los que podríamos ser sus hijos. Le digo que yo tampoco nos entiendo. A veces ni siquiera a mí misma. Y hablamos del peligro de generalizar.

Mi amiga queda conmigo para tomar algo y me dice que hace mucho frío ahí fuera. Que la llamaron zampabollos. (Ya volvemos, efectivamente, a la neurosis de la delgadez). Aclaro que mi amiga no está gorda, está bien, muy bien. Pero no está macrodelgada  ni tiene el pelo largo y planchado. Es ella misma. Una mujer de cuarenta y muchos años.
A otra que conocemos le dijeron que tendría que estar más tonificada. Se lo dijo un pulgarcito sin cuello. Curiosamente, quienes más defectos físicos señalan son quienes más deberían callarse.

Le digo que a los que les gustan mujeres delgadas de pasarela, es decir famélicas, habría que reprogramarles el cerebro. Que están mal. Y me sonrío porque conozco hombres con estos gustos a los que quiero mucho.

Ellos también se quejan. Un chavalote guapo, que nada casi todos los días, que vive de la práctica del deporte me dice que las mujeres de su edad  (treinta y pocos) lo desprecian porque ni es guapo ni está forrado. Me atraganto con mi propio bolo de comida. ¿No eres guapo tú? ¡Acabáramos! Como casi puedo ser su madre; nunca he sido una asalta cunas, y soy un taxi ocupado, le digo que frecuente otros locales, que respire otros aires. Me pregunto si su queja es facilona. Si lo dice porque sí.

Otro amigo de mi edad, que está intentando reconducir su vida después de una separación amigable. "Tan amigable que es repugnante" me cita para contarme sus aventuras. Le gustaba mucho una compañera de trabajo y le propuso salir. Me dijo que me faltaban cinco o diez centímetros de altura, que le gustaban altos. ¿Y tú que le respondiste? Que 1,73 es la talla media de mi edad y que acababa de descubrir que a ella le faltaba cerebro.Mucho más que el cinco o el diez por ciento. La dejé allí sentada, boquiabierta y me largué. Le felicité. A veces, hay que hacerlo. Responder a una agresión con otra. Poner en su sitio a esta gente que hace castings sin siquiera tomarse el trabajo de descubrir que hay bajo la piel de alguien que mide 173 centímetros y tiene 48 años pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho. A mí también me acusaron de no ser alta. Mi respuesta fué más cafre. "¿Pues sabes donde te faltan a ti los centímetros?"

También tengo una talla media para mi generación. también decidí un día que hay comportamientos que no deben permitirse.

Leo un reportaje sobre las llamadas que solos y enfermos de soledad hacen en esta ciudad al 092. Los policías, el que habla en este caso a la periodista, lo atribuye a la crisis. Supongo que sí, que una parte sí, pero otra, estoy segura, es de gente que necesita que alguien la escuche.

Me preocupa mucho la soledad de la gente mayor. A la que nadie quiere ya escuchar y les presto oídos. Y sé que tengo un detector porque cuando me pillan por banda no me sueltan y hablan como si llevasen una vida sin hacerlo. Me cansan y me aburren pero los entiendo. "Yo nunca fuí una charlatana, ¿sabe? Pero es que no tengo con quien hacerlo. Mis amigos han muerto, mi marido también. Adopté este perro para tener un motivo para salir de casa y hablar con la gente, y porque me hace mucha compañía". La entiendo, la escucho, aunque su cháchara me canse y se repita constantemente contándome las mismas cosas. ¿Le ocurre ésto a todo el mundo que tiene cierta edad?

La soledad de esta mujer es la consecuencia del paso de los años. La de mi generación debería ser incluida en esos tratados de la OMS. Sólos que no saben estar solos;  no quieren aprender a vivir solos, que ni se quieren a sí mismos ni pueden ser queridos por otros. Casi siempre abandonados por parejas. Incapaces de reconocer ante sí mismos de lo necesitados que están de terapia. A veces de tratamiento, incluso.

Este es el tipo de gente con el que se tiene que relacionar mi amiga, la zampabollos; mi amigo al que le faltan cinco o diez centímetros para que la mujer que le gustaba lo luzca colgado de su brazo; el treintañero que se queja de que no hay mujeres a su edad que sepan apreciarlo. Entre tanto, hay gente como ellos, que busca una segunda oportunidad. Que quiere que le quieran como nunca lo hizo su consorte; que han aprendido a lidiar con la soledad y les gusta, y valoran sus bondades. "Yo no quiero renunciar a ella del todo. No quiero convivir con nadie". Le entiendo. Mi amigo ha tenido una relación de guerra constante. Tiene su carácter. Ese motor que también se enciende como el mío. No quiere que nadie le soporte. Pero necesita, él lo sabe y yo también, descubrir si hay alguna mujer por ahí con la que tener una relación sosegada y sin altibajos, que le quite de encima esa carga de culpabilidad de su primera y única relación. Le digo y le repito que cuando el respeto se pierde no hay nada que hacer. Intento liberarle de su pesada carga e imploro para que una mujer muy diferente a su ex aparezca en su vida y le reafirme en lo tranquilo y simpático que puede ser cuando nadie lo presiona ni lo reta constantemente.











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