jueves, 29 de octubre de 2015

MAL- ESTARES

Mantengo hace años que todos los malestares tienen causas. Que me disculpen los científicos por no dar pábulo a la predisposición genética o a los diagnósticos per se (etiquetas) que pueden ser, sin embargo, necesarios porque el malestar  genera neuroquímicas cerebrales y lo inteligente, lo sano, es corregirlas. Normalmente, las crisis personales son llamadas de atención.  Hay que atreverse a cambiar. No suele ser fácil. 


¡Que me disculpen también quienes piensan que hay un tipo de persona que nunca rompe! He visto caer torres muy altas. Las más altas son las que peor caen. Se trata de atravesar una sencilla frontera. Hay quien la atravesó hace años aunque no lo sepa. 

¡Que me disculpen los profesionales por atreverme a sentenciar sobre una materia que no es la mía! Por atreverme a sentenciar sin más.  

Juzgamos demasiado a los demás.  No nos ponemos en su piel ni de coña. No somos quienes decimos ser. Nos autoengañamos. Hablar suele ser muy fácil. Es verdad que el pensamiento construye; que de nosotros depende nuestro estado de ánimo, pero también lo es que ciertas realidades se sobreponen y son muy contundentes. Difíciles de sortear. Desde fuera todo se ve con otro color:  "En tu lugar yo haría  ésto o lo otro". Como dice R., "te reto a vivir mi vida". 

Quizá se deba asumir que la contradicción forma parte de nosotros mismos. O que presumimos de lo que carecemos. También de forma inconsciente. (¡Viva la inconsciencia!) 

No hablamos de las cosas que nos preocupan, que nos hacen sufrir. ¡Ese ejercicio tan necesario! Y se traiciona muchas veces  la confianza de la gente que nos quiere cuando no somos capaces de entender que hay cosas que se nos cuentan como desahogo. ¡Qué importante es la discreción! Abrir las orejas pero cerrar la boca. No lo veo mucho. Tiene razón F.,  Somos un país de maledicentes. 

El propio J. reconoce algo que veo por todas partes. Se refiere únicamente al destrozo sistemático de cierto tipo de gente hipercrítica (o no) con películas, libros, obras de teatro que a él le gustan.

Tengo muy presente siempre a Tabucchi, uno de mis autores favoritos, cuando respondía a una pregunta sobre los libros que no le gustaban (si la memoria no me falla) que hay que respetar a cualquiera que se atreva a escribir un libro porque al menos se tomó el trabajo de hacerlo ...Es trasladable a componer una canción y editar un disco, rodar una película; montar un espectáculo. 

El espíritu destructivo que nos aqueja llega muy a menudo a los comentarios de las noticias, a las charlas de café, donde se vomitan verdades a medias, mentiras oficiales (de las que la red divulga y se extienden como manchas de aceite); cabreos desmedidos, bilis...Malestares. 

Todos lo hemos hecho alguna vez. Yo sí, desde luego. Disparar con la munición equivocada contra quien no tiene responsabilidad alguna en nuestro malestar físico, emocional, laboral...de lo particular a lo general, confundiéndolo todo. 

Como le decía a J. en una de esas interesantes charlas de "guachap" con amigos lejanos, en España funciona muy bien agitar el árbol de la intolerancia o el maniqueísmo. Hablábamos de respeto y convivencia. De guerracivilismo también. 

Estoy cansada de las verdades absolutas que nos repetimos una y otra vez.  Es más, no dejaré de poner en tela de juicio la bondad de las dichosas recetas para vivir. Porque nada es tan simple. 

Decimos que la gente puede cambiar si quiere pero nos encantan esos moldes irrompibles sobre los amigos.  "Tú siempre serás ésto o lo otro".... 

La positividad a prueba de fuego no existe ni puede con todo (Muy americano, dice M. Muy protestante, dice Ch.) Está bien ver el vaso medio lleno pero hay momentos en los que el vaso rebosa. 

Llevo años poniendo en tela de juicio la tan traída y llevada seguridad en uno mismo. Los "seguritos" suelen ser inseguros camuflados. No lo sé aún, pero quizá una cierta inseguridad esté bien, o esa capacidad de dudar de las propias certezas. Una cierta humildad. 

 Nadie tiene una autoestima perfecta. Y menos aún las mujeres, al menos las de mi  generación. El mayor trabajo que emprendemos, desde que dejamos de ser niñas,  es su reconstrucción para reconocernos con lo que somos, nuestras capacidades, lo que queremos... Todos los tipos de maltrato, incluso el más ínfimo, tienen que ver con quererse poco, mal, nunca lo suficiente. Es fácil atacar por ahí. Lo hacemos todas en algún momento con otras mujeres. Incluso inconscientemente. (Otra vez la inconsciencia). Mujeres guapas o con éxito suelen ser dianas perfectas. 

Y el sano egoísmo es bueno y demuestra madurez pero un amigo también está para lo peor. Para recordarte incluso que no debes regodearte en lo peor. ¡Que no hay quien te aguante! ¡Eso también es un amigo!

La perfección no existe.  La vida son también altibajos. A veces uno siente que el suelo se mueve bajo sus pies, aunque sea un poco, y no pasa nada. La melancolía o la tristeza, si no se prolonga decía L., hay que saber aceptarla cuando toca porque quizá toque por algo.  L. es una mujer muy sabia. De ésto sabe mucho. 

La felicidad y su persecución ¡Vaya peligro! 

domingo, 25 de octubre de 2015

Después del verano.



Mi perro me mira fijamente porque acabo de darle una orden que acata de inmediato. A veces tengo la sensación de que no sólo la obedece, pienso que me entiende mucho mejor que cualquiera. Quizá porque el instinto animal (la intuición, en nuestro caso) acabe por ser más fiable que el torrente de palabras.

Entiendo a P. cuando me dice que le encanta el verano y no quiere que se acabe, pero también sé que se le hace interminable y le estresa siempre, aunque no lo quiera reconocer. La familia, los compromisos, la obligación de pasárselo bien...Esa peligrosa mezcla. Está más alterada que nunca pero no dice nada. Se autoinculpa, como tan a menudo hacemos las mujeres, preguntándose que le pasa y que no se entiende. Y, ya de paso, descubro que esa carga de responsabilidad no es sólo suya. Que alguien o alguienes, automáticamente, le refuerzan todos los días ese sentimiento.

No le digo nada. Me encantaría pero sé que no debo. Que va a ser contraproducente. Espero simplemente el momento ideal para decírselo. Y no es éste.

Sí se lo digo a F. que se disculpa por haberse vuelto egoísta después de una pésima experiencia personal. No tocó fondo porque es muy fuerte. Lo peor que nos pasa nos descubre a quien tenemos y quienes somos. La apoyo en su decisión. Pienso en la necesidad de ese cursillo de "ser bueno pero no tonto".

¡Es que no paras de pensar! Me dicen. Con cariño, lo sé; pero en algunos casos muy concretos me apetece responder. "Quizá tú no pienses nada. No dudes de nada. Y a lo mejor deberías". Pensar o escucharte, sin más ruido que el de tu propia reflexión llamando a tu puerta.


Hablando con M., que es analítica y reflexiva como yo, y duda y me reconforta, porque todo lo que le cuento le parece tan lógico...Y no juzga...También sale la emotividad. No hay cortapisas para ser quien uno es o como uno esté.

Hablamos de temas recurrentes. Porque lejos de corregirse se agravan, o así nos lo parece. De lo mal que crecemos repitiendo esquemas que siempre habíamos criticado.

Que si crecer es esto, reafirmarse en la falta de respeto generalizada; en las conclusiones precipitadas; en la ley del que habla más alto o es mas cruel, y nadie se atreve a contradecir...Nos damos de baja de inmediato.

Yo me río mucho cuando le digo que ahora todo el mundo dice que es empático y para nada. O muy sensible. ¡Máldita sensibilidad! ¡Esa antena parabólica que va de serie y que no se puede arrancar!


¡Responde! Dice M, que tiene una mala leche legendaria y, como casi todas las mujeres que la tienen, también una enorme generosidad. Mi genio mitigado. El suyo tantas veces también. Pertenecenos a una estirpe de mujeres cuyo temperamento se hace notar aunque no quieran. Esa vehemencia que puede ser muy contraproducente y muy mal entendida. No me sienta nada bien que me salga, le respondo. No me quedo bien. Y es que la mala ostia no forma parte del carácter o no debería.

M. como cordón umbilical para entender el mundo. No cambiaron nuestras percepciones. No somos otras. Callamos y contemporizamos. Y no emprendemos ya luchas inútiles cuando el otro se atrinchera en una forma de pensar o entender la vida que no compartimos.