domingo, 16 de junio de 2013

Llueve

Llueve y no es noticia ni novedad en un año como éste. Puede que no haya verano, ni sol, ni calor.   Ni tardes prolongadas en la playa. Alguna de las que yo frecuento, medio perdidas, ya poco secretas, son lugares impactantes  y privilegiados. Quizá sólo para mis ojos.

La belleza está en mi mirada distorsionada, me acusa P.  No quiero rebatirle. Sé que tiene unas caderas bonitas, y tantas otras cosas que le señalo. Me da igual si no es capaz de verse. 

Ya ni siquiera me importa que me juzguen aunque yo evite hacerlo, con todo el mundo. De repente, por pura casualidad, acabo de reparar que hay una cantidad inmensa de historias que no se cuentan y cargan la mochila de todos y cada uno de nosotros. 

Lo importante, como dice Charo, no son los principios sino los finales de todas las cosas que nos suceden. 

Carlos construye en un papel que enrollará y meterá dentro de un canuto un mensaje de amor para cada día de los treinta que su chica permanecerá fuera de España. No hay comunicación posible con el lugar al que ella va. Me recuerda que la felicidad son esos momentos que discurren entre putada y putada, como decía Sancho Gracia en 800 balas; que lo importante es precisamente éso, aprovechar la ola y surfearla mientras dure; que nada de lo que hacemos  y nos define socialmente importa. No nos identificamos con una tarjeta de visita. Lo importante es quienes somos de verdad. 

Hablo de esencia con el africano. De lo que está detrás de la armadura con la que cada uno carga, de la imagen que cada uno proyecta.  Nos puede la misma rabia. Le digo que no soporto ni un minuto más  el activismo de sofá. Que la rabia me está destruyendo;  saber lo que de verdad está ocurriendo, o una parte al menos, y estar aquí, inmóvil. No sé como decirle que esa mala leche nuestra puede ser muy creativa, muy liberadora, terriblemente transformadora. 

Hoy le dije a S., que tiene 16 años menos que yo pero conecta conmigo como si nada por ese inmenso tarrazo que tiene,  que su dolor, el que tiene cerca, le había hecho crecer mucho. Y que lo había notado desde la última vez que nos vimos. Hablamos de coincidir delante de unas cañas y de que lo importante es la coherencia y fiarse de la propia intuición. 

A Salva, que se irrita por el hambre que pasan algunos niños españoles, le digo que en este país hay muchos. Las clases sociales vuelven a estratificarse. 

No sé si montaremos barricadas o seguiremos aceptando y tragando. Algunos estamos sobrepasados. Es un rechinar constante de dientes  y se pone de manifiesto cuando se tratan determinados temas, que rehuyo. Estoy harta de la queja de la barra de bar, que se ha extendido a cualquier ámbito. Me reconozco poco en los líderes que se presentan como tales; sean o no políticos. 

No creo en las soluciones mágicas ni en las pociones milagrosas. Mucho, cada vez más, en el sentido común y la buena gestión. Y en conocer un poco al país del que hablas. A todo él. No es tan difícil.

Ha dejado de llover.