domingo, 28 de octubre de 2012

Madurez, dolores e incertidumbre




Hay momentos grabados a fuego en mi mente, como aquella noche hace tantos años, bajo una marquesina  de un paseo marítimo, con aquella furia de viento y lluvia que había  expulsado a cualquier visitante que se aventurase  a enfrentar un clima tan duro, inusual en pleno mes de junio. Un vecino del lugar, no me cabe duda, saludó bajo su paraguas, navegando contra el viento, en posición de ataque o de defensa, en función de la dirección de las ráfagas,  haciéndonos saber con un gesto de su mano que nos estábamos mojando y que poco podía hacer aquel invento bajo el que nos refugiábamos en días como aquellos.

Le vimos pasar y seguimos hablando de nosotras. No sé si nos reímos, quizá sí, un poco. Recuerdo su frase.  "De todos los hombres que han pasado por tu vida ninguno te ha llegado a la suela de los zapatos". Y como lo dijo, con esa mirada desafiante suya,  agarrándose a mi mano y apretándola, para convencerme de que no pretendía consolarme; de que era verdad, su verdad, y debía comenzar a ser la mía. 

Recuerdo su primera mudanza, la rapidez con la que se produjo todo. Hombres entrando y saliendo, vaciando cajones, preguntando y, si no obtenían respuesta, tomando decisiones rápidas. Había que llenar el camión y se trabajaba contra reloj. Recuerdo su desesperación, sus gritos; las risas también, estábamos desbordadas. Yo había ido a ayudarle pero aquel torbellino de gente nos superó y decidimos dejarnos ir, echarles una mano y reírnos a carcajada limpia, de puro nerviosismo. Nos miraban como a dos extraterrestres pero éso nunca nos ha importado mucho. Juntas siempre nos hemos sentido muy fuertes frente a quien fuese. Recuerdo su frase final, "mi vida en cincuenta cajas" y aquella despedida, la primera de otras muchas. 

Hay muchas mujeres importantes en mi vida pero con ésta siempre he tenido un hilo invisible que me ha unido pese a la distancia, el tiempo, y los desacuerdos. 

Nos recuerdo con una amiga francesa, casi 15 años mayor que nosotras, con un gran afán pedagógico, siempre recomendándonos cine y literatura, que nos sentó una tarde en el salón de su casa para ver, "Érase una vez en América".  En realidad, sólo nos quedamos con unas pocas  frases del guión.

 "- Se conoce a los ganadores en la línea de salida. A los ganadores y a los perdedores. (......)
-Yo lo hubiera apostado todo por ti.
- Y lo habrías perdido todo".

Acabábamos de vivir el último "fracaso" laboral en una profesión que se cimenta, nos guste o no, sobre los que resisten contra viento y marea  y gente, válida o no, que prefiere  desistir. Recuerdo dos frases de periodistas que le tienen mucho cariño. La primera de ellas."Los que se dan por vencidos son los primeros en caer" y, la segunda,  "uno nunca deja de ser periodista, quiera o no, si de verdad lo lleva dentro".

Creo que necesito recordárselas porque el otro día me citó, de nuevo, las famosas frases del guión con las que nos torturamos unos años. Será la nostalgia que aqueja en la madurez, digo yo. 

Mi amiga se asomó a mi vida una tarde de un viernes de junio en 1984, porque quería unirse a nuestro grupo de osadas estudiantes de primero, que tenían un programa de humor en una Radio Libre de Getafe. Se llamaba  "Como ligar en diez días"  y pasó sin pena ni gloria, si no recuerdo mal, pero nunca me reí tanto construyendo aquellos guiones surrealistas y aguantándome la risa cuando Pili (¿qué habrá sido de ella?) con aquel acento tan castizo plagado de jotas y esa simpatía, les decía con todo el descaro a los chavales de los 80 lo que querían las mujeres, es decir, lo que queríamos nosotras. 

Éramos tremendas. 

La recuerdo después, enamorada patológicamente y  a la deriva, de un hombre al que su padre, dada la diferencia de edad entre ambos, y de esa relación extraña que los padres latinos tienen con sus hijas, no le deseó nada bueno, pero jamás intervino. La ví herida, llorosa, identificada con la Magnani en la película de Rossellini, L'amore que estuvo destripando unos cuantos días, obsesivamente, y la acompañé porque sabía que, a pesar de destrozarla de arriba a abajo, aquella relación tendría un final, y así fué. 

Ella estuvo cerca cuando me tocó a mí ser la sufriente, la que se bautiza en querer a alguien que no te quiere; o te quiere mal, o poco, o anda tan perdido con la furia de tu entrega que no sabe si quedarse o marcharse, y acaba por estar ahí como podría haber estado en cualquier otra parte. 

Ella y su marido me acompañaron en momentos de mucha zozobra, recordándome una y otra vez que aquello se acabaría y saldría adelante, y volvería a ser la misma u otra mejor y más sabia, que es lo que otorga el sufrimiento, una sabiduría que no está en los libros, porque la felicidad, creo que los tres lo tenemos muy claro, no enseña nada. No sé si por suerte o por desgracia ninguno ha tenido una vida plácida pero, a cambio, tenemos una buena resistencia psicológica. 


El cariño y la comunicación, me lo decía hace poco en un mail que me hizo llorar, ya que estamos a miles de kilómetros, ha sido nuestro nexo de unión. Me lee de un vistazo y, como dice D., con unas pocas palabras, deshace los nubarrones de mi cabeza.

 Son muchos años ya y, seguro que cuando lea ésto, ahora que estamos las dos dolientes, (Yo del brazo izquierdo, lo mío va de brazos y de dientes, y ella con su pierna; en momentos tan parejos de algo de dolor y mucha incertidumbre), me recordará la cantidad de momentos en los que nos hemos "jartado" de reir.  El día que nos escondimos tras unas columnas de la estación de Atocha para escapar de unos "pájaros" a los que no queríamos ver delante;  las noches bailongas cerrando locales y convenciendo al encargado para que nos dejara  pinchar; la tarde que me puse a bailar una muiñeira encima de un palco improvisado en la Alameda de Vigo, mientras ella no paraba de reír,  porque me retó, y una es tremenda cuando la retan; la noche que gritaba enloquecidamente por las calles de A Coruña, con unos vasos encima, todo hay que decirlo, porque  quería pulpo y acababa de descubrir que le encantaba pero aún no sabía, con diecinueve años, que a las dos de la mañana no hay "pulpeiras", o no las había en aquella época; los primeros logros profesionales; los amores de verdad; las noches de Madrid, el descubrimiento de la radio, que a las dos nos enganchó como una droga; los viajes juntas o solas;  los proyectos, inacabados o no, o las interminables llamadas de teléfono, mails o skypes, para mantener vivo el contacto. 

Y la última, muy divertida, en la que intentando salvar un bogavante del Cantábrico de la pesca ilegal de uno de estos turistas franceses, que sólo son muy civilizados en su país e hizo caso omiso de nuestra advertencia,  nos condujo hasta  el cuartel de la Guardia Civil dispuestas a que lo encarcelasen, como mínimo. Nos recuerdo gritando en el patio, mirándonos serias, cual integrantes de una asociación ecologista radical, a punto de levantar de la siesta al cabo, que nos miraría con desgana, pero no hubo suerte, o sí, porque no vino nadie. "Vaya seguridad", dije yo, "nos podemos llevar lo que queramos" Puertas abiertas a todos los despachos, los recorrió con furia y arrojo, gritando, "¿Hay alguiiieeennn aquíii, pero donde coño se mete la gente?" , hasta acabar poco después mirándonos en aquel patio desolado, riéndonos de la situación, de nosotras mismas, y escapando hacia el coche, antes de que apareciese algún hombre uniformado. 






martes, 16 de octubre de 2012

Pérdidas



Hay cosas que uno tiene que vivir en sus carnes para entenderlas. A veces, basta con tener algo de empatía y olfato, al menos con los amigos, con la familia o lo que yo llamo mi gente.

Entre ese grupo de personas hay una familia monoparental que ha sufrido una terrible pérdida. Dos niñas de cuatro y ocho años se quedaron sin madre de la noche a la mañana. Su entorno las protege, las mima, las cuida…Procura regalarles una infancia feliz.

Lo llevan bien. Los niños y su capacidad de adaptación nunca dejarán de sorprenderme. Los ves con ojos de adulto, temes que pierdan pié y, se reponen antes de que tú te des cuenta.

En cualquier caso, y debe ser porque no tengo hijos, acabo de descubrir  que nunca se recupera uno del todo de la pérdida de una madre.

 La niña de ocho años, ya nueve, necesita muchas veces monologar sobre la maternidad, repetir una y otra vez que ella ya no la tiene; dejar claro que no conoce a nadie que esté en su misma situación. La dejo hablar. Supongo que le vendrá bien. A veces he pensado en decirle que una madre es una mujer a la que admirar e imitar, pero temo que me diga que ella quiere la suya y no una sustituta de quita y pon.

La pequeña es un misterio. Parece haberlo aceptado bien pero no se expresa igual, con la misma facilidad. Y cuando lo hace nos deja a todos, me deja a mí, tragando saliva, sin palabras.

Estuve hace unos días con ellas en su casa y percibí cosas sin quererlo. Lo pasábamos bien, nos reíamos. Que quede claro que detesto el dramatismo pero estos días, poco a poco, ha ido creciendo dentro de mí una desazón extraña.


Estoy tan tranquila y, de repente, como un fogonazo, las veo ahí, diciéndome cosas. Veo al padre, ejerciendo de padre y madre 24 horas, y veo su casa, y ahora tengo claro que esa extraña sensación que se respiraba por todos los rincones es  la ausencia de una madre, que no hace tanto que se ha ído. 

Y de repente me digo que no puedo sustraerme a lo que nos está pasando, en realidad no quiero. La estafa que llaman crisis, los recortes, el miedo paralizante, ese túnel sin fondo y sin salida. Pero procuro tomármelo con muchísimo sentido del humor. Y, a veces, lo consigo. Gracias a gente como Dávila o Forges o incluso el Roto.(O de muchísimos comentarios de gente ocurrente como ella sola, que lees por ahí, en redes sociales, en una pancarta, en una pintada callejera; en una columna de opinión).

Sin embargo, este peso que llevaba dentro y acabo de soltar es algo que se sobrepone a todo lo demás. Minimiza y reduce a nada cualquier otra preocupación.  


Miro el futuro de estas niñas con optimismo, tienen gente estupenda en su entorno, que por pura intuición lo están haciendo muy bien.  Pero, a veces, muchas veces, tengo que pararme a pensar antes de responder a una niñas de nueve y cinco  años, para ser siempre positiva y transmitirles fé en la vida que les espera, incluso aunque su madre no esté ahí para verlas.
   


lunes, 8 de octubre de 2012

La marca España

Los periódicos se nos caen de las manos, hace falta un periodismo crítico que apenas se hace o no se permite hacer. Me consta que hay buenísimos compañeros, al menos en las redacciones de Galicia, que son las que conozco. Es más, se laminan a buenos periodistas a través de  una profusión de Expedientes de Regulación de Empleo.

Ahora que lo pienso, ¿Qué amigos tengo yo que no estén amenazados por un ERE o por el paro, o ya en el desempleo y sin posibilidad de emplearse, sean o no periodistas? Pocos.

La miseria crece. Aprendemos a ahorrar, a recortar gastos, a consumir poca gasolina, a cabrearnos perdiendo tantas veces los papeles y apuntando hacia quien ninguna culpa tiene.

 Leemos, nos informamos, nos documentamos, utilizamos las redes sociales y verificamos cuanto bulo circula por ellas. ¡Cuánto admirado político euroescéptico ( gente que pide la expulsión de los inmigrantes) se presenta como héroe (Nigel Farage)! O el admirado Hollande y sus 56 medidas de urgencia, otro bulo.

De hecho,  Hollande acaba de dar una patada en el culo a lo prometido para aliarse con las tesis de Alemania  de "vamos a recortarlo todo". Hay una rebelión a bordo de su propio partido y veremos como acaba.

Salimos a la calle a protestar, vemos en streaming la manifestación del 25 S y a la policía actuar brutalmente, y nos "alporizamos", y pedimos cosas terribles ese día, y al día siguiente entendemos que hay que contener la furia, y actuar racionalmente, hasta que alguien habla de la marca España y, en fin, te da la risa, pero lo entiendes.  Se está en el Gobierno, o se le apoya, y algo tendrán que decir.  La marca España, ¿qué es éso? Cinco millones de parados, corrupción que no se persigue ni se juzga, ultraderecha montaraz emitiendo basura informativa. ¿Eso es la marca España?

Incomprensible resulta cuando un periodista que ni conoces se lanza a defender el mismo discurso hoy en la columna de opinión de la última página de La Voz de Galicia, y mientras desayunas lo maldices por aliarse con las tesis del poder y no con las del pueblo que sufre.

O que un turista de crédito a una encuesta y lo haga palabra de Ley y cuando vas a trabajar le escuches, indignado, lanzar improperios en la calle contra estos imbéciles de gallegos que le van a dar el gobierno a Feijoo. "Habrá que verlo" le espeto a cara de perro. Y me cabreo porque yo sería incapaz de ir a grito pelado por la calle en Euskadi  insultando a los vascos, por ejemplo,  si no me gusta lo que votan, que igual sí me gusta su resultado, habrá que verlo.

Las encuestas se hacen para orientar voto, para animar a la parroquia, para frenarla de acudir a las urnas. "Total, ganamos seguro". "No hace falta, está todo perdido". "Casi mejor voy a votar  por éstos, me parece más útil".

O el consabido antisistema que defiende la abstención y, en este punto se distanciará siempre de mí, porque con la ley en la mano, la Ley Dh'ont, con su no voto está favoreciendo al que seguro será el más votado, el PP.

¿Y éso por qué? Pues señores, porque Galicia, a diferencia de Madrid, donde arrasa sin igual el PP, la mayor parte de la población es  mayor, conservadora, por temerosa o comprable. Habrá que verlo, en cualquier caso.Y habrá que responsabilizar también a la oposición en Madrid o Galicia de ese resultado, digo yo. Que no son capaces de ilusionar y atraer votos.

¡La marca España! Estoy preparando algo sobre la marca de parte de esta ciudad, sobre la miseria. Y esta ciudad, mal que  nos pese, pertenece a España. Ya hay quien dice que Vigo es un buen termómetro de la crisis, y de momento seguimos en caída libre. No se ven brotes verdes. El día que lo perciba, lo comunicaré.

La marca España. Tendría gracia si no fuese tan patético.