miércoles, 27 de junio de 2012

Ni apocalípticos ni integrados.

Se lo decía ayer a un amigo convencido de que a partir del 21 de diciembre pasará algo que destruirá a la humanidad por completo. "Estoy harta de vosotros, de todos los que nos pintais un futuro negrísimo". Bromeo una y otra vez con sus predicciones. Ahora, parece que hay un gurú que ya le ha puesto nombre a la amenaza. Lo que nos va a destruir es un meteorito gigante, al que no vemos porque está escondido detrás del sol. Por si los mayas se han equivocado en la fecha, dado que su calendario y el nuestro no tienen nada que ver, sólo pido que no caiga hasta el otoño, que nos dejen disfrutar del verano, la playa y el sol, el mismo que contiene a ese meteorito.

Ya sé que estamos al borde del rescate, que vamos a pagar  medicamentos que ahora son gratuítos; sé que el futuro no se presenta halagüeño, que  todo lo que tenemos está amenazado. Me preocupa como a cualquiera, y me da miedo. No tanto por mí, que también, sino por los míos, por mis padres, por mi sobrino adolescente que tiene claro que su futuro está en Noruega, Suecia ó Finlandia y, como no tiene un pelo de tonto, colecciona sobresalientes desde hace años, porque intuye que su mundo, el que se avecina en tres, cuatro o cinco años, va a ser mucho más competitivo que el de ahora.

Mi amiga Y. publicó hoy  un relato sobre los efectos de la anestesia en una amiga hospitalizada. Me gustó mucho el momento en el que se estropea la tele del hospital y ese ruído infecto de las  apocalípticas predicciones sobre la economía, y oyendo sollozar a la mujer de la cama de al lado, acaban por conversar sobre los motivos de su aflicción. No consigue superar el tremendo vacío que ha dejado en su vida la muerte de su marido hace ya treinta años.

Ese mismo ruído  se ha impuesto en nuestras vidas, nos mantiene en vilo desde hace ya cuatro años, monopoliza nuestras conversaciones, nos quita el sueño, nos amarga, en definitiva.

Hay un tipo de cenizo apocalíptico ( o ceniza) a los que he decidido evitar. Se pasan el día vendiendo miedo. Están muy informados porque leen blogs y páginas webs que tú deberías leer y no haces, porque es que no tienes ni tiempo, y escuchándoles hablar decides que es que ni de coña vas a leer.   Es más, te preguntas como no ponen en duda en ningún momento la información que digieren. Se creen todos en posesión de la verdad.  Una duda hasta de sus propias convicciones, se instala en la duda como método, y desconfía de los que jamás lo hacen sobre sí mismos, de manera que lo siento, no puedo con ellos, aunque tantas veces compartamos puntos de vista.

Curiosamente, los integrados también leen blogs y páginas webs que van más allá de la información oficial. Son los que dicen que necesitamos el rescate. (Algunos llevan pidiéndolo a gritos desde hace años). Los que aseguran que la crisis tiene un final, que está ahí a la vuelta de la esquina, en cuanto recompongamos nuestra economía. Como te dijeron que el 2012 iba a ser el año del despegue y está siendo el del hundimiento, ya ni les respondes.

Te sitúas en tierra de nadie y procuras pensar y seguirte preocupando por cosas que siempre te han preocupado,  en medio de tanto fútbol y apocalipsis económica, como el acoso social del que me hablaba este sobrino adolescente que continúa ejerciéndose sobre el que se atreve a ser diferente.

Y disfruto mucho hablando con él sobre lo difícil que tiene que ser el mundo para un transexual, al tiempo que respiro un poco de aire fresco.  Me imagino que esta misma sensación de respiro, de la vida que se impone sobre la economía debió sentir esa mujer hospitalizada de la que hablaba mi amiga en su relato.