sábado, 25 de febrero de 2012

La felicidad que se escapa entre mis dedos.

Soy una mujer afortunada, pienso mientras me siento al sol en mi terraza, y leo un libro insulso, y no estoy acuciada por ninguna obligación. Es un día de descanso: y sé que mi piel se está dorando, con esa facilidad que tenemos las mujeres morenas para colorearnos. A veces, a mitad de verano, tengo que usar pantalla total para no adquirir ese tono de zapato viejo que se le quedó a Julio Iglesias. Lo odio.

Soy una mujer afortunada que disfruta de los pequeños placeres de la vida, tan fugaces e identifica que éso, precisamente éso, es ser feliz. Estoy sana y no tengo muchas más preocupaciones, salvo las autoimpuestas, las derivadas de vivir a principio del siglo XXI, en el fin de una era, y el principio de otra, que excluye a tanta gente, que parece querer arrebatárnoslo todo.

Soy una mujer afortunada que se ha acomodado a su soledad y sólo a veces, en momentos de mucho desasosiego, añora un abarazo, toneladas de ternura, cariño...No quiero buscar amor porque encuentro sólo sexo, dice una amiga, y tiene razón...Hay cosas que es que no pueden buscarse.

Me pregunto por qué tantas veces, tantos de nosotros, no reparamos en que estamos siendo felices y nos atormentamos con nuestra pedrada, las dificultades de nuestro trabajo, o de la falta de él; las mil y una miserias sin importancia...Permitimos que nos embargue el ánimo cosas sin importancia.

Disfruto de este momento mientras dure. Sé que cuando la desazón se presenta en forma de problema real, cuando se muere alguien próximo, cuando pierdes total y considerablemente a alguien que querías; cuando tus allegados enferman y sabes que no se van a curar; cuando la desgracia se presenta bajo las mil y una formas que adopta, como siempre sin que ninguno de nosotros la busque, recordaré estos momentos de felicidad, quizá no del todo completa, al sol en mi terraza leyendo mi librito; incluso recordaré como sufría con mis pequeños problemas diminutos y me diré..."pero si estaba siendo condenadamente feliz y ni siquiera me daba cuenta".

Lo haré un momento antes de percibir, sin temor a equivocarme, que se acabaron los momentos de placidez y fortuna, que la felicidad se está escapando entre mis dedos y el infortunio viene para quedarse, quien sabe cuanto tiempo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Del amor y otros virus

Tengo un problema grave, me dice una amiga inteligente y sexy, instalada en la cuarentena..."Me he enamorado". Intento convencerla de que eso más que un problema es una bendición a nuestras edades, un objetivo para mucha gente de mediana edad, que ya ni sabe como lidiar con la pedrada de cada uno; los pasados sin resolver de sus partenaires; las ex, los hijos de ellas o ellos; las madres o padres de sus hijos; las ex suegras, la pensión alimenticia, o el rabioso interés que se despierta en un-a ex cuando su antiguo compañer@ de cama, a veces expulsad@ a patadas incluso,  tiene una nueva relación.

"Enhorabuena" le digo, qué problema ni que niño muerto...Comienza a hablar con voz temblorosa, gime y me dice entre sollozos que ya no recordaba como era sentir este caudal de sentimientos; que no sabe si es compartido, que le da miedo llamar; que le preocupa enviarle un mensaje o no recibir ninguno de él; que le aterra que él no sienta lo mismo. Que no sabe si decírselo. Le recomiendo que no. Los varones se quedan petrificados ante declaraciones de ese tipo. Quizá también nosotras. Demuestra poco interés, eso funciona. "No puedo, no puedo", me responde llorando como una niña.

Hablo con Carlos, parece que él ahora también un poco flipado con una mujer,  con la que es más fácil llegar a sus miedos que a su corazón, según propia descripción, la de ella, y me convence de que no hay otra opción que vivir el presente y disfrutar lo que se nos ofrece mientras dure y hasta que se acabe, convencidos de que todo lo bueno termina, dado que ni él ni yo damos una en este aspecto, por una u otra razón.

Se lo digo a mi amiga. Carpe Diem y todas esas cosas absurdas que, por supuesto, ahora reparo, no pueden tener sentido alguno para una mujer o un hombre enamorados...¿No te acuerdas como era? Siempe quieres más.

El amor, ¡máldita sea! Esa enfermedad que cuando no sufrimos añoramos y cuando nos ataca virulentamente nos deshace de arriba a abajo, nos retrotrae a la primera representación de nosotros mismos, con apenas 15, 16 ó 17...La añoranza, la llamada que no se produce, la espera, el me quiere ó no me quiere. "Hasta me he leído en una de esas páginas infumables como conquistar a un hombre libra"....Pues igual que a un Piscis, tía....Nos reímos un momento antes de volver a sumergirse en ese estado de ansiedad romántica...
Pero lo peor es que estas cosas no se eligen, uno no decide libremente enamorarse o colgarse o interesarse por alguien. Ocurre. Un olor, un sabor, química, pasión, admiración, regocijo intelectual...¿Quién sabe por qué?
Propongo a mi amiga salir a tomar copas para lanzarle la típica perorata: Que nadie se muere de amor desde el siglo XIX; que si a ese patán se le ocurre no sentir lo mismo es que un imbécil redomado, porque no va a encontrar una mujer tan dulce, inteligente, sexy, apasionada y divertida...En fin, que muy probablemente no servirá para nada, pero voy a intentarlo.
Y ella tendrá que aparcar su móvil en casa, ese apendice de comunicación moderna que mira y remira esperando el contacto, el what's up, la llamada, el mensaje...¡El amor tecnológico y el daño que nos hace!